Oyuki Magenta. La Intimidad de su Mirada.
El arte de Oyuki Magenta me salva continuamente de mí mismo y de la barbarie. Me salva del hastío, de la desesperanza, de no poder encontrarme a mí mismo. Su arte me equilibra, me ha dado fuerza, a veces sentido.
Su arte me hace sentir humano. Somos más humanos cuando nos alcanza el arte y la artista lo sabe. El arte está aquí para movernos. Somos como el agua que contiene polvos que se asientan en el fondo y requieren una cuchara para que revuelva todo dentro y el líquido pueda cambiar. Oyuki es esa cuchara. Ella se mira a sí misma en su intimidad más profunda y al acompañarla en esa introspección, el espectador se encuentra consigo mismo, mirándose en un espejo.
Porque ella nos muestra lo que de humanos somos y lo que podemos ser.
El buen maestro te enseña a pensar, el buen artista te enseña a ver, te enseña a descubrirte a ti mismo a través de la intuición.
La obra de Oyuki Magenta te mira a ti cuando sabes verla. Oyuki es en su obra la pasión que no ciega, la que se balancea y es apoyada en la razón y en la intuición. Ella hace que todo fluya como sus pinturas, con sentido, con armonía.
El arte de Oyuki es puro en el sentido que mueve al conocimiento profundo. No es posible explicar sus obras con un libro de teoría filosófica o estética o arte ni con una ecuación. Éstas sólo pueden sentirse, sintiéndola a ella y descubriéndose a uno mismo en su propia mirada. Entenderse a sí mismo es entender al otro; con ella comprendemos que no hay vivencias personales sino vivencias universales, expresadas en la intimidad de su mirada.
Oyuki Magenta busca encontrarse a sí misma y el espectador, al encontrar la mirada de la artista, se encuentra a sí mismo, reflejado en sus obras. Con ira a veces, con dolor, pero, sobre todo, con entendimiento.
Todas sus obras tienen sonido, una vibración interna que tienen el efecto de silenciar lo que hay alrededor. La sensación es como cuando se tapan los oídos en el avión, a veces como el sonido de un casete rebobinando, pero hay también melodías muy sutiles y, a lo lejos, metales rechinando. Su obra suena a lo que suena el frío, pero no ese frío que lastima, sino aquél refrescante que es necesario para seguir adelante. Me remite a un sitio pacífico muy profundo donde sólo puedes ser tú y sólo entonces comprendes quién eres. Oyuki Magenta no gusta de explicarse ni explicar su obra. Nunca le preguntes qué significan sus obras. Sus cuadros se explican por sí solos y el título es el remate perfecto. Ella nos habla desde su paleta. La magia de su color nos seduce. Tiene la maestría necesaria para jugar con efectos, texturas, matices, enfatizando colores que dan la impresión de no existir.
No hay que desmenuzar su obra. Oyuki renuncia a los manifiestos. El espectador enriquece la obra. Es la magia de Oyuki Magenta (porque ella es cercana a los brujos y a los magos). Te habla desde una parte que trasciende a la misma autora.
No es una artista que se copie a sí misma. No puedes decir que ves un par de obras y ya viste toda la obra. Ella se reinventa, experimenta, da sorpresas. Sus obras están repletas de pequeños enigmas. Los personajes nunca hacen gestos al azar. Miras a veces pieles blancas (¿están muriendo? ¿Se han maquillado para representar una obra? ¿Se han hundido en cal?) Los personajes intentan cambiar su cara, deformándose, queriendo ser alguien que no son. Da ansiedad. Sabe uno que algunas están a punto de herirse, de desgarrarse, de arrancarse la piel y quieres tomarles las muñecas para que paren, dan ganas de abrazarlas.
La parte figurativa parece surgir de las figuras geométricas y a veces no: la figura se va desintegrando en ellas, algunas veces las “hace nacer”, otras las aprisiona, las libera, interactúa, se forma a partir de ellas o las destruye.
Oyuki Magenta camina exitosamente como funambulista en ese delgado hilo que ha creado entre expresionismo y arte no figurativo.
Los paisajes de Oyuki son poderosos: Ella puede estar en algún lugar y de alguna manera es capaz de capturar ese momento y cargarlo con sensaciones. A veces los paisajes que crea en realidad no existen pero se hacen tan reales que se vuelven más fuertes que la realidad y uno llega a entender que el paisaje es uno mismo, que el paisaje es ella misma y también comprendes que “mira: ése soy yo”.
Su obra es, pues, siempre inacabada: el espectador la continúa. Oyuki Magenta se desnuda y comparte su mirada, su intimidad, de la que somos todos uno solo. A veces miro sus obras y sé que hay algo que no entiendo y debo volver a mirar. Siento angustia. Y esa angustia está rodeada de belleza.
Hay que agradecerle a Oyuki que exista y que se dedique a hacer lo que hace. Pinta y crea desde su interior para hablarnos.
Por eso, no preguntes de qué trata la obra de Oyuki Magenta: su obra trata de ti.
Eduardo Peña Tenorio.